Un casino online para nuestro niño interior

Si alguna vez tuvieron la suerte de ir de pequeños a un parque de atracciones gigantesco o a un circo multicolor, seguramente, recuerden esos tiempos como instantes bonitos de sus vidas. No es para menos, ¿a qué niño no le gustan las atracciones, los juegos, la música, la viveza y la diversión? Cuando crecemos, sin embargo, no somos tan distintos. Bajo el peso de la madurez, del autocontrol y de la responsabilidad, dormita el espíritu de ese niño, esperando tener unas vacaciones o encontrarse entre amigos para liberarse. Entonces reímos, gritamos, nos divertimos y nos desinhibimos como cuando teníamos ocho años. La infancia, por lo tanto, es algo que nunca termina.

De hecho, si lo analizan fríamente, lo único que hemos hecho ha sido sustituir nuestros paradigmas de diversión infantiles por otros similares, pero, correctos y aceptados entre el colectivo de personas adultas. En vez de dibujos animados, vemos comedias con personas de nuestra edad. En vez de tiendas de chuches, vamos a restaurantes o bares a tomarnos unas cañas. En vez de parques de atracciones, nos entretenemos en un casino online. Aunque es posible que, este último ejemplo, descoloque a más de uno, esto es totalmente cierto: los casinos virtuales existen y no pocas personas adultas gustan de apostar su dinero en una ruleta online o en diversiones varias.

Es decir, las diversiones más clásicas de los casinos más tradicionales, solo que online. ¿Qué tienen en común las atracciones de un parque y los juegos de casino? Son muchos, hay donde elegir y todos ellos prometen diversión y excitación. De pequeños sentíamos miedo antes de entrar en el barco pirata y desafiar a la gravedad; en este caso, tememos que el dinero que hemos apostado se vaya con nuestra suerte. En los dos casos, celebramos el hecho de salir victoriosos y, por supuesto, queremos repetir. No se engañen: todos somos niños, todos buscamos sustitutos «maduros» a las cosas que hacíamos cuando éramos pequeños. Aunque, si quieren mi humilde opinión, no hay nada como seguir haciendo las dos cosas, sin avergonzarse ni sentirse mal. ¿Quién dijo que crecer era obligatorio?

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