Elecciones 2015 – Algo ha cambiado

En el corazón de Rusia las dos Españas borraron sus diferencias. Allí se abrazaron para siempre […] Se fusionaron en un abrazo de sangre y sacrificio y, codo con codo, lucharon juntas, sufrieron procesos, soportaron condenas.
Embajador en el Infierno (Torcuato Luca de Tena, 1956)

Estas palabras corresponden al Capitán Palacios, soldado español que luchó en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial en 1943.

Parece mentira que, ya en 1943, los verdaderos protagonistas del conflicto fratricida español se hubiesen perdonado. Los hombres que vivieron en directo la contienda que dividió a España, aquellos que podían tener motivos reales para prolongar el odio y el rencor, enterraban sus diferencias en la estepa rusa.

Y, sin embargo, generaciones de españoles que ni siquiera vivimos tal conflicto nos hemos empeñado en prolongarlo, creyendo de forma equivocada que honrábamos a los protagonistas de uno y otro bando. Las palabras del Capitán Palacios nos revelan la verdad.

La verdad de que el perdón había vencido al odio hace 70 años.

La verdad de que la unidad había prevalecido ante la división.

La verdad de que no quedaba lugar, ya en 1943, para la afrenta entre compatriotas.

La verdad de que la guerra había terminado.

¡En los campos de concentración de Rusia terminó para nosotros la guerra civil!
Embajador en el Infierno (Torcuato Luca de Tena, 1956)

Era el perdón que debía poner punto y final a “las dos Españas” El perdón de los valientes. Porque el primer acto de valor es el perdón al enemigo.

Esta anécdota olvidada ocurría en los campos de concentración rusos, en unas condiciones de vida infrahumanas. Allí se encontraron dos grupos de españoles rivales hasta entonces: republicanos e integrantes de la División Azul de ideología, en su mayoría, franquista.

Pero aquellos días el bando fue lo de menos. El color de la bandera dejó de importar. Prevaleció la condición humana y el sentimiento de unidad. Los puntos en común ganaban la partida frente a ideales divergentes.

Es cierto que fue necesario un escenario de dificultad extrema para que tal unión fuese posible. Y es que, ante la desesperación, los hombres toman conciencia de su naturaleza compartida, quedando en un segundo plano todo lo que nos divide.

Porque ante la dificultad prevalece lo importante.

El frío era tan grande que dormimos como las ovejas en el aprisco, apretados unos contra otros, buscando el calor animal. Ni la dureza del suelo, ni la oscuridad, ni el hambre podía compararse con el tormento del frío. Todos pensamos, sin decirlo, que allí nos dejarían morir.
Embajador en el Infierno (Torcuato Luca de Tena, 1956)

Así que resulta sorprendente ver cómo aquellas diferencias enterradas se han reavivado entre individuos que ni siquiera fuimos testigos de aquella contienda.

Una confrontación superada por sus contemporáneos, nunca debería ser revivida por sucesores que jamás vivimos ninguna consecuencia directa de los horrores de la guerra. Y así hemos vivido durante décadas. En “las dos Españas” alimentadas por recuerdos caducos.

Nos hemos creído en el derecho de revivir lo que el Capitán Palacios y los soldados revolucionarios que coincidieron en Rusia se perdonaron como hermanos.

Ellos fueron capaces de comprender lo que, años más tarde y con más información, muchos no entendimos. Que todos somos seres humanos, que no existen verdades absolutas y que el de enfrente merece nuestro respeto porque sus circunstancias son diferentes a las nuestras.

Pero estos días previos a las elecciones, yo estoy contento.

Estoy contento porque algo ha cambiado en España.

Porque veo a votantes del PP, de los de toda la vida, reconocer el contagio de la corrupción en su partido hasta los cimientos y su pésima gestión.

Porque veo a votantes del PSOE, hijos de los de clavel en mano en el 84, reconocer que Zapatero dejó a España temblando.

Porque veo que votantes del PP mueven su voto hacia Ciudadanos, mientras hacen exactamente lo mismo votantes del PSOE. Así convergen ideales antes tan alejados, irreconciliables hace unos meses.

Y también hacia Podemos. Porque veo jóvenes que votaron a Rajoy en 2011 reconocer que Podemos trae buenas ideas para poner freno a la ambición desmedida y al abuso del poder.

Porque todos estos jóvenes dudan.

Y dudar es pensar.

Se deshacen de ideologías adquiridas y reflexionan. Leen programas electorales y deciden su voto en función de opiniones forjadas en razonamientos propios. Participan en debates surgidos a pie de calle.

Las opiniones sustituyen a las palabras de trapo, a los discursos aprendidos y a los argumentos de manual.

Y ya no hay corsés. No hay equipos. Hay menos fieles de partido.

Porque nuestro voto no está decidido y prevalece la reflexión y el respeto.

El sentido común.

Aún queda mucho recorrido. Pero cada vez somos más.

Y por eso el día 20 venceremos.

Porque da igual el partido que gane.

Algo ha cambiado.

Y, por eso, ya hemos vencido.

 

Soldadito Marinero
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